"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dimecres, 31 d’agost del 2016

Quince días. Una historia de amor en veintiún días más otro de propina. (3)


Día tres. Solamente le doy quince días.

- ¿En la cama o en la alfombra? Nunca recuerdo nada, nada que supere la cantidad de quince, quince monedas, quince dedos, quince apóstoles, quince años, así que pronto te olvidaré, tal vez por eso te pido de nuevo tu cuerpo a cambio del mío. No quiero olvidarte.

- Es un mal negocio, el cuerpo siempre es la moneda equivocada y lo sabes bien. ¿Qué quieres comprar con él?, ¿nuevos recuerdos o viejas esperanzas?

- Eres un poeta cursi.

- Y tú eres una musa, no me hagas reír.

- No seas arisco, lo que yo compro es todo de segunda mano.

- ¿Por eso me elegiste a mí?

- No quería decir eso, yo aún no he cumplido los treinta y tres, debería gustarte.

- Eso es lo malo, me gusta, y a mí me restan pocos para llegar a los sesenta, pronto no me quedarán más que minutos y fotografías amarillentas.

- De primera mano.

- Sí.

- ¿Soy bella?

- Lo eres, y mucho.

-No, no lo soy.

-Sí, sí que lo eres.

- Estuvimos poco tiempo juntos y ahora solamente quieres darme quince días, no seas mezquino, al menos no lo seas conmigo.

- ¿Quieres más?, ¿para qué?

- No lo sé y no necesito saberlo, para mí es suficiente con pedírtelos como lo estoy haciendo, sin pudor ni vergüenza, con naturalidad, con el derecho que me otorga ser tu amiga y haber sido tu amante, recuerda que soy una mujer, contigo jamás he sido ninguna niña.

- Recuerda tú que yo pronto seré un anciano, y que contigo jamás lo he sido. Ni tú una niña ni yo ningún viejo.

dimarts, 30 d’agost del 2016

Quince días. Una historia de amor en veintiún días más otro de propina. (2)



Día dos. Le recuerdo que mi cama es pequeña.

- ¿Y tu marido? -te pregunté nada más que para disimular mi sorpresa y para dar un poco de consistencia a la conversación.

- No te preocupes por él, por el respeto que le profeso nunca le cuento nada que no deba saber.

- ¿Qué deberías contarle que no haces?

- Mi vida, ¿qué si no? Ya es suficiente con que sepa el nombre que consta en mi pasaporte, ¿no te parece?, el otro, el verdadero, el que tú me pusiste, no lo saben ni mis padres que me bautizaron.

- ¿Por qué no se lo cuentas?, dos personas que se quieren deberían compartir sus vidas, ¿no?

- Todo lo contrario, ésa es una convención romántica que nunca conduce a nada bueno, la realidad de la vida es muy diferente.

- ¿Cuál es, según tú, esa realidad de la vida?

- ¿Cuál?, ya la conoces, incluso mejor que yo. Para dormir es preferible hacerlo en camas separadas, para vivir también. La vida es igual que las camas y las caras, cada uno debe de tener la suya propia.

-------------------------------------

Antes de casarte con ese marido al que no le cuentas tu vida me regalaste Chérie, de Colette. Es una historia amorosa entre una cortesana madura, una mujer de una edad cercana a la mía actual, con un joven muchacho, bello y vigoroso. También es casualidad que ahora se haya realizado una versión filmada de la novela.

La escritora francesa siempre consiguió retratar y describir con la precisión necesaria, sin sensiblerías y a través del sexo, una historia sentimental, llena de verdad, amor y dolor asumido con la ironía que solamente los seres libres son capaces de expresar.

La relación entre ambos termina cuando él, veinticinco años más joven que ella, se dispone a contraer matrimonio.

“Igual que hiciste tú, al casarte me dejaste”, te recordé. “Ninguna historia de amor finaliza cuando los amantes se separan”, me replicaste entonces. “Algún día regresaré a por ti, no tengas ninguna duda de ello”, creí que intentabas decirme al irte.

O quizás lo imaginé.

-------------------------------------

- Recuerda que todavía nos llevamos veinticinco años, -le dije -el tiempo transcurrido no ha recortado la diferencia que nos separa, no lo hará hasta que yo me muera, entonces me alcanzarás- le dije procurando no parecer cursi.

- A ti y a mí nunca nos han separado los años vividos, solamente los que no hemos estado juntos, todo lo que no hemos compartido.

- Siempre te ha gustado ser melodramática. Dime, ¿por qué me pides de nuevo ser mi amante?, ¿es una broma? Somos buenos amigos, no lo estropees ahora con sexo, ya lo tuvimos en su momento.

- No es ninguna broma. El porqué es asunto mío, tú solamente debes responder sí o no.

- ¿Qué harás después de estos quince días que digo que te daré?

- No lo sé, quizás aguarde a que se vayan esas visitas que esperas y que según parece son incompatibles conmigo dentro de tu cama. ¿Realmente lo son?, ¿no cabemos todos en ella?

- No, no cabéis, tengo una cama pequeña, ya lo sabes, es la misma que tenía hace quince años y que todavía conservo. Es tan estrecha que todo el mundo termina cayéndose de ella, por eso he colocado una alfombra en el suelo, para amortiguar el golpe. En ella nos conocimos, ¿recuerdas?

dilluns, 15 d’agost del 2016

Quince días. Una historia de amor en veintiún días más otro de propina. (1)


Día uno.  Me pide que seamos amantes de nuevo.

Hace mucho tiempo que somos buenos amigos, nos vemos cada cuatro o seis meses, y aunque no es muy a menudo debería ser bastante y quizás también suficiente.

A mediados de septiembre pasado viniste y me solicitaste que te prestara El amante, de Marguerite Duras, querías leerlo de nuevo. Yo mismo te lo regalé cuando nos conocimos, quince años atrás, y ahora, según me confiesas, lo debes de haber extraviado en algún rincón olvidado.

Al pedírmelo me recordaste mi elogio de entonces que calificaste de “encendido”. Te respondí que aunque exagerado, y seguramente equivocado, era también adecuado para una historia esencialmente sexual entre una colegiala y un hombre maduro. Te reíste.

“A nosotros nos separaban veinticinco años”, me escuché a mí mismo evocar en voz alta delante de ti.

Lo dije sin pensar, observando el cielo inmaculado en tu frente y el arcobaleno perfectamente dibujado en medio de tu ceño.

Recuerdo que hoy, igual que ayer, los colores saltaban de un iris al otro adornando el gesto de tus ojos.

Al oírme sonreíste y me miraste sin dejar de sonreír ni de mirarme.

- Es cierto, solamente veinticinco. Acababa de cumplir los dieciocho, y aunque ya era toda una mujer fuiste mi primer hombre -me respondiste resplandeciente y serena.

- Sí, lo eras -reconocí.

- Me gustaría ser de nuevo tu amante -añadiste de repente y de sopetón, escueta, manteniendo la mirada, cabalgando mis palabras y sin más preámbulo que el de pedirme ese libro.

- Únicamente dispongo de quince días -te respondí tan lacónico como tú. Fue lo primero que se me ocurrió balbucear, aparte de ser verdad -a primeros de octubre espero visitas y deberé ser un buen anfitrión y también…

- … Aunque solamente fueran quince minutos los aceptaría igual, aunque fueran quince pobres segundos los quiero enteros y todos para mí, dijiste sin dejarme finalizar.

Igual que entonces, pensé, siempre terminabas quince veces o más antes que yo acabara una sola, continuabas siendo una yegua desbocada.

dilluns, 8 d’agost del 2016

Ángela/Epílogo (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

Epílogo

Unos cuantos años después de todos estos acontecimientos narrados llegué a Presidente de la Compañía. El cargo era estrictamente honorífico, sin atribuciones ejecutivas, un mero papel de florero aunque necesario en las funciones representativas del cargo. No obstante, consideré que también era un premio a tantos esfuerzos dedicados para lograr la prosperidad y el bien de la “Institución”, así llamaba yo a la empresa, lo hacía para revestirla de la dignidad y de la seriedad que, por otra parte, casi siempre había tenido con alguna que otra excepción notable que ahora no viene al caso contar todavía.

Estaba muy cercana mi jubilación y quería disfrutar del poco tiempo que ya me quedaba de vida laboral. Todos me apreciaban y me consideraban una referencia en la propia casa e incluso fuera de ella, en el mismo sector profesional. Mis compañeros siempre me consultaban cuestiones difíciles, y hasta me pedían consejo también los competidores que habían llegado a ser incluso unos buenos amigos. Todo el mundo consideraba que sabía más que ellos, y que tenía una cierta habilidad para conocer qué ocurre fuera del escenario público.

Un día fueron a parar a mis manos unos expedientes profesionales sobre unos candidatos que debían cubrir unos puestos vacantes en uno de los departamentos. Fue algo casual, el jefe de personal me pidió revisarlos al verlos yo en su mesa de trabajo un día que charlábamos de los viejos tiempos. Fue, sin duda, una deferencia muy cordial por su parte pedir mi opinión, era una manera cariñosa de hacerme sentir protagonista cuando en realidad, y excepto por esa función representativa del cargo, solamente ejercía de vieja gloria de épocas pasadas.

Uno de aquellos expedientes pertenecía a un tal Miguel Fábregas Martínez, era el hijo de Daniel y Ángela, pedí entrevistarlo y aquella misma tarde mi secretaria lo llamó y lo citó al día siguiente, a las 7 de la mañana en mi despacho.

Me hacía viejo y cada día dormía menos, me acostaba muy tarde y me levantaba temprano. Antes que el sol asomara por el horizonte ya estaba de pie contemplando la ciudad desde mi amplia terraza, me gustaba verlo aparecer precedido por esa luz zodiacal que abraza al mundo cada mañana. Necesito bañarme en esa luminaria tenue, fría y destemplada, es el mejor momento del día, luego, el sol se hincha demasiado y sube tan arriba que se confunde con el mismo cielo.

A las siete en punto entraba por la puerta de mi oficina Miguel Fábregas Martínez.

Miguel era un muchacho joven, educado, sobrio, sorprendentemente alto, rubio pálido y con una clara fisonomía eslava, que, según constaba en su expediente, había recién terminado sus estudios universitarios, sus postgrados y másteres. Había sido becario en un par de empresas y hablaba correctamente cuatro idiomas, entre ellos el alemán, así que le pedí realizar toda la entrevista en esa lengua que yo apreciaba especialmente por razones que ahora no vienen tampoco al caso. Me gusta escuchar y contemplar a la gente utilizar una que no es la suya propia, pero que domina a la perfección, es una manera efectiva de separar la mano del instrumento y ver así la verdadera forma escondida que le da vida. Cuando hablas un idioma que no es el tuyo también olvidas mantener el correcto lenguaje corporal y, sin proponértelo, desvelas cosas que intentas ocultar.

Le hice un par de preguntas rutinarias, académicas y laborales para luego pedirle directamente que me hablara de su familia, de sus padres, de sus tíos, si tenía hermanos, de sus abuelos, dónde se había criado, en qué ciudad había vivido, le pedí que me hablara de su casa, de la escuela donde había estudiado de pequeño, este tipo de cosas. Se sorprendió y solamente me respondió aquello que constaba en su ficha, le dije que eso ya lo sabía, que quería conocer la parte “humana”. Esa es una expresión tonta y manida, pero que en ocasiones, y con según qué tipo de personas, funciona, se abren y empiezan a largar y a contarte su vida con pelos y señales, es una manera de ofrecerles y mostrarles interés por ellos y confianza en ellos también, ambas cosas son subterfugios de la vanidad, pero la gente normalmente no lo sabe. Miguel, sin embargo, era de los que lo sabían, así que  mi subterfugio no sirvió de nada. Primero tensó el cuerpo y luego se relajó. Eso se nota en los pies y aunque lleven zapatos las suelas se curvan de una manera notoria. Empezó a hablar.

El muchacho trató de engañarme, con un semblante inexpresivo en su rostro que me recordaba a su madre, quiso contarme una historia adecuada a lo que se suponía yo estaba esperando de un candidato joven para un puesto de responsabilidad en la que era mi empresa.

Todo lo que me llegó a explicar no tenía ningún interés por sí mismo, todo eran lugares comunes y situaciones ajenas, vividas en películas o en las series de televisión, escenas copiadas, recuerdos robados, en realidad eran las vidas de otros, no la suya. También había mentiras muy burdas. Lo único cierto fueron los nombres, el resto todo falso, inventado. Fue incluso demasiado exhaustivo y repetitivo como si estuviera recitando una lección muy bien aprendida y quisiera convencerse a sí mismo de algo.

En su historia se entremezclaban realidades y fantasías y ambas decían la verdad contando falsedades, la verdad de él y también de los demás, incluso llegué, sorprendentemente, a pensar que también de mí, pero él nunca supo de mi existencia ni de mi relación con los protagonistas de parte de su vida, al menos que yo sepa.

-¿Cómo se llamaba tu madre? –le pregunté.

-Isabel, ya se lo he dicho.

-Isabel Ángela Martínez López, ¿verdad?

-Sí, claro.

-Y dices que era modista, que tenía una tienda de ropa, ¿no?

-Sí, eso he dicho.

-Y tu padre Daniel tenía una panadería industrial.

-Exactamente.

Ni su madre había tenido jamás una tienda de ropa ni Daniel una empresa panadera. En la documentación presentada no figuraba en ningún lugar su abuela Ángela. Así que le pregunté directamente, como siempre hago, que me hablara de ella, se lo solté sin pensármelo. ¿Y tu abuela Ángela?

Se le cambió la cara, me preguntó de dónde había sacado que su abuela se llamara Ángela.

Le respondí, no siendo verdad, que él mismo lo había mencionado hacía escasos momentos.

Se quedó unos segundos en silencio mirándome, yo le mantuve la mirada, luego sonrió como lo hacía su madre y me respondió que sus abuelos se llamaban Felicia y Miguel, que él llevaba el nombre del abuelo y que debía de haberme equivocado o confundido.

Le pedí disculpas, le dije que me estaba haciendo viejo y que los nombres bailaban en mi cabeza de una manera demasiado desordenada, le dije también que quizás se refería a otro familiar llamado Ángela. Me respondió de nuevo de manera displicente que solamente había habido una tía con ese nombre que falleció antes que él naciera.

-El primer apellido de tu madre, Martínez, no es el primero de tu abuelo Miguel, él se llamaba Sánchez, -le pregunté.

-No sé a qué se refiere.

-Está muy claro, Martínez es el primer apellido de tu abuela, Felicia, y López no sé de quién es el apellido aunque también es el segundo de Felicia..

-Le repito que no sé a qué se refiere.

-Yo creo que sí lo sabes. Tu madre debería llevar los apellidos de sus padres, tus abuelos, y llamarse Isabel Sánchez Martínez, y, en consecuencia, tú deberías llamarte Miguel Fábregas Sánchez, ¿no? ¿Por qué tu madre se llama Isabel Martínez López?

-No creo que eso sea exactamente un asunto de su incumbencia.

-Yo creo que en buena parte lo es sí lo que quieres es trabajar para nosotros y que nuestra relación esté basada en la mutua confianza.

No me respondió.

-¿Tu madre fue una niña adoptada?

Tampoco me respondió y yo no insistí más.

Nos despedimos fríamente, y al quedarme solo lo taché de la lista de candidatos.

Y así, de esta manera intempestiva, casi termina la historia de mi amigo Daniel y de parte de algunos que lo acompañamos en su vida. Ángela todavía estaba viva y ambos, ella y yo, junto con su hijo, éramos los últimos que quedábamos.

Digo que casi termina porque ahora me doy cuenta que con tanto nombre se me ha olvidado el mío, aún no he dicho cómo me llamo, pero ésta, en todo caso, es también otra historia que ahora no hace al caso contar tampoco, quizás en otro momento.

dissabte, 6 d’agost del 2016

Ángela/20 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

20.       De cómo los finales no son nunca ningún principio. O sí.

Daniel y Ángela estuvieron casados algo más de 10 años. Ella, al cabo de un año de casarse, tuvo un hijo, un varón al que llamó Miguel, como su padre adoptivo, el marido de Felicia, la tía que la crió.

A los 8 años ingresaron al muchacho en un internado. Lo veían en vacaciones y por Navidad.

Daniel, igual que su padre, también falleció en otro accidente de automóvil. La autopsia no reveló nada especial y el automóvil estaba también en perfectas condiciones. El caso es que se salió de la carretera en una recta que parecía no tener fin y empotrarse en el único árbol que había en aquel tramo tan largo.

Ángela vendió la casa de la ciudad, el chalet de la costa, su participación en el negocio de su esposo, y otros bienes y acciones que poseían en diferentes empresas. Y se instaló en aquella en donde se había criado con su tía, y el marido de su tía, en un pueblo que no tenía nada de especial, al menos no para los que no habíamos nacido allí, y eso es siempre tener muy poco.

Las malas lenguas cuentan que en el patio quemó muchas fotografías y que en ocasiones viene alguien a visitarla. He pensado que tal vez sea su hijo, pero no puedo asegurarlo, puede ser otra persona.

El día del funeral de Daniel no estaba su hijo, ni tampoco los abuelos-tíos que ya habían fallecido también, pero me encontré con su primo, el detective. Me acerqué y le pregunté sin miramientos por qué lo había seguido en aquella época ya remota, qué buscaba y quién le pagaba por hacerlo.

Me miró muy sorprendido. ¿Qué dices?, me preguntó.

-No se pregunte cómo lo sé -le interrumpí -respóndame, se lo ruego.

Hizo un gesto. Tuve la sensación de que iba a responderme de inmediato, pero no dijo nada. Se me quedó mirando atónito, me dio la espalda para irse cuando vi que dudaba. Se giró y me soltó de sopetón:

-Cristina, fue ella quien me pagaba, quería saber qué hacía él, si la engañaba con otra. ¿Lo supiste por ella? -me preguntó.

En lugar de responderle le pregunté de nuevo si era Ángela la muchacha que también había investigado por cuenta de Daniel, colocando cámaras de vigilancia secretas para atrapar al ladrón que tenían en la oficina, en Chet Asociados, aquel que empezó robando lapiceros y terminó con portátiles. ¿Descubrieron quién era?, ¿era Ángela?, le pregunté, ¿o era otro?

-¿Por qué quieres saber todo eso?, ¿cómo sabes estas cosas?, ¿con qué derecho me preguntas? -me espetó, esta vez enfadado.

-Yo era amigo suyo y algún derecho tengo, ¿no?

-Puede que tengas alguno -me respondió más calmado, pero no hay ningún juez que te lo garantice. Además, todo eso no tiene importancia, son cosas de matrimonios, de hombres y de mujeres, tonterías de ésas, líos de camas, ya sabes, sexo y dinero, aunque sea sexo mediocre y poco dinero, aunque sean migajas, empresarios de tres al cuarto que se imaginan que les roban el pan de cada día, y mujeres que no saben relajarse, nada importante, nada que deba saberse.

No me dijo nada más, se subió al coche, cerró la puerta de mala manera, arrancó y se fue. No lo vi más.


El caso, es que, a fin de cuentas y después de todos estos años pasados, yo no sé si no llegué a saber nada, si supe mucho o poco, o si bien supe lo suficiente o lo necesario. No lo he sabido nunca, nunca he sabido exactamente qué sabía yo mismo, como tampoco he sabido si había algo que saber. En aquel momento lo único que sabía de cierto es que no hay ninguna recta que no termine en una curva o en un árbol solitario en mitad del trayecto.

divendres, 5 d’agost del 2016

Ángela/19 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

19.       Un extraño buen sabor de boca.

Al cabo de tres días, así de rápido, me llamó y nos vimos para comer. Me contó que sí, que había trabajado una tal Ángela Isabel Martínez López hasta hace un mes.

Indudablemente era ella, pensé, no eran imaginaciones mías, yo soy un buen fisonomista, no se me olvidan las caras y siempre reconozco en los bebés las señales del padre, de la madre o las de un tercero. No fallo. Y en este caso tampoco. Ese nombre de “Ángela Isabel”, un nombre compuesto, explicaba el porqué de usar dos según le conviniera, Ángela o Isabel, en los dos casos era su verdadero nombre, no mentía. Quizás no quería usar el mismo de su madre.

-Pero hay más cosas -me dijo mi amigo.

-¿Qué?

-También ha trabajado en la nuestra y en una tercera en los últimos tres años y medio.

-¿Y?, con los contratos basura que hacéis es normal que trabaje en cien empresas.

-Claro, eso es lo normal, lo que no lo es tanto es que en una la hayan despedido por robar y en todas deje un buen sabor de boca.

-¿Por robar?

-Sí, empieza por llevarse lápices y termina con los portátiles.

-¿Cuál fue esa empresa?

-Chet Asociados.

-¿Qué quieres decir con que también dejaba un buen sabor de boca?

-En todas hizo novios.

-Bueno, yo también tengo facilidad para hacer novias, y creo que a ti tampoco se te da mal, eso no es relevante. ¿Hay algo más?

-No, no hay nada más. ¿Es novia tuya?

-No, es la esposa de un amigo.

-Bueno, al menos tu amigo tendrá la casa limpia aunque no sé en qué sentido. Por cierto, yo me acosté también con esa tal Isabel Angelines o como se llame.

-¿Tú también te acostaste con ella?, me sorprendes.

-Sí, pocas veces pero sí, no hay ningún mal en ello, ¿no?

-No, creo que no.

-Si quieres te cuento algo interesante, tal vez le sirva a tu amigo, o a ti, aunque, la verdad, ya debe de haberse dado cuenta.

-Dime.

-Pero no sé… quizás no debería hacerlo, es muy íntimo, pero…

-Pero qué

-Es significativo de la clase de mujer que es.

-¿Qué le sucedía?, ¿qué era eso tan íntimo?

-Era un saco de patatas.

-¿Cómo?

-Eso, una muñeca hinchable, nunca he visto a una mujer más pasiva en la cama que ella, inerte.

-Sería contigo.

-No, conocí a dos más con los que se comportó igual. Ya te digo, un pedazo de madera, una piedra. Tampoco tenía orgasmos claro, ni los simulaba. En fin, no sé, creo...

-¿Qué crees?

-Ya te digo, no lo sé, me confundía. Con esta chica no podía estar seguro de nada. Tampoco lubricaba, tenía que usar un lubricador de farmacia. Ni rehusaba la relación, se lo proponías y aceptaba, así de fácil.

-¿Y dices que dejaba un buen sabor de boca?

-Sí, curioso, ¿no?, era perturbador. Parecía una violación. ¿Tú no te acostaste con ella?

-No, claro que no. ¿Por qué dices que parecía una violación?

-Bueno, una violación no, ya te he dicho que parecía una muñeca hinchable y…

-No me digas que te gustan las muñecas hinchables, no pensaba que fueras este tipo de hombres. ¿Qué te sucede?

-No hombre, no, no es eso, pero…

-Pero ¿qué?

-Era muy perturbador

-¿Y eso dejaba buen sabor de boca?

-Sí, bueno… quiero decir… no, claro que no, es una manera de hablar, ya me entiendes.

-No, no te entiendo.

-Ya sé que dicho así parece feo, pero… todo era muy turbador, ya te digo, una chica promiscua, y totalmente pasiva en la cama, una extraña combinación.

-Pues que quieres que te diga, a mí nada de eso me dejaría un buen sabor de boca.

-Bueno, vale, no me machaques, no me riñas más. Me pediste un favor y he cumplido.

-Sí, mejor, dejémoslo aquí. Gracias por la información.

-De nada. Pide la cuenta, pagas tú.

dijous, 4 d’agost del 2016

Ángela/18 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia


18.       Dos tallas de diferencia.


¿Ella le engañaba con otro?, ¿con un chico joven, alto y robusto? Eso parecía.

Evidentemente, no le dije nada.

Ángela era una mujer bella y atractiva, guapa de cara, pero que no habría ganado ningún concurso de belleza si se hubiera presentado. Con eso quiero decir que también aparentaba ser alguien normal. Era una mujer callada, apenas hablaba, solamente las palabras justas para ser educada. No sonreía, excepto cuando terminaba una frase protocolaria, durante un segundo, quizás dos, nada más.

Dos segundos o un segundo y medio con una desviación estándar de la media de apenas un parpadeo era mucho tiempo para alguien con la temperatura corporal seguramente por debajo del cero. Era una sonrisa larga en una cara ovalada, debajo de unos ojos que te miraban fijo. Los ojos te mataban y la sonrisa te tranquilizaba. Pero eso lo sabías si eras capaz de tapar mentalmente una cosa o la otra y ver así solamente una de ellas y por separado. Ambas juntas, la mirada y la sonrisa, se neutralizaban y te neutralizaban.

Era fina, pero sólo de medio cuerpo para arriba, en cambio, de cintura para bajo mostraba unas caderas excesivamente pronunciadas. No le pude ver las piernas, el traje de novia se las ocultaba, y el día de la mancha de café estaba yo demasiado ocupado en limpiarla, pero sí puedo afirmar que entre la dos mitades había dos tallas de diferencia, esa muchacha seguro que tenía problemas al comprarse ropa, pensé.

Dos tallas de diferencia.

¿Dos tallas de diferencia?

¿Estrecha de hombros y pechos pequeños con unas caderas grandes y quizás unas piernas de futbolista?

Daniel era un hombre bajo, 1,65 de estatura y ella cerca de 1,60, no más, ambos muy morenos. En cambio, el muchacho con el que la encontré besándose debía llegar al 1,90 de altura y, como ya he dicho, era rubio. ¿Tenía todo eso, con el nombre distinto que usaba en la oficina, alguna importancia?

Otro hombre muy alto era nuestro antiguo jefe de personal. Él y yo habíamos tenido una buena relación, muy cercana a la amistad. Ya no trabajaba con nosotros, ahora lo hacía en una de esas empresas de limpieza que suministran el servicio para oficinas, naves y grandes almacenes. La empresa en la que ahora se ganaba la vida no era la misma de la tal “Ángela-Isabel”, era otra de la competencia, pero debía de tener contactos, conocidos o amigos. Era una mera suposición, pero lo intenté.


Le llamé una semana después de la boda y le pedí directamente un favor personal. No preguntes, le advertí, quiero saber si en una empresa (en la que derramé el café) trabaja o ha trabajado una tal Ángela Martínez López. Se hizo el remolón, incluso me aviso de que aquello era ilegal y no sé qué más cosas. Le respondí que sí, que ya sabía todo eso y que por esa misma razón confiaba en él y en su discreción, en su valía y en su amistad. La vanidad siempre funciona, el caso es que debió de sentirse halagado y me hizo el favor.

dimecres, 3 d’agost del 2016

Ángela/17 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

17.       ¿Ángela Martínez López era Ángela Martínez López?

El caso es que ésta fue casi nuestra última conversación.

Cuando digo conversación me refiero a eso, a conversar, no solamente hablar.

La invitación a la boda me llegó con puntualidad. Y yo asistí con mi novia de turno.

En esa boda conocí a Ángela Martínez López, la hija de Ángela Martínez López.

Una vez más me quedé boquiabierto.

Cuando digo que la conocí en la boda quiero decir que en aquella boda me la presentaron como Ángela, porque conocerla ya la conocía de antes y con otro nombre. Estoy seguro que ella también me reconoció, pero su rostro era la perfecta expresión del hielo con una sonrisa pegada.

No es nada extraño ni rocambolesco. No era ninguna de las “masajistas” de ningún burdel, ni tampoco la estríper de un cabaret o barra americana. La conocí tres meses atrás como muchacha de la limpieza. Aunque la palabra “conocerla” es muy exagerada.

También es verdad que la había visto en la habitación de aquel hospital, pero, sinceramente, no la recordaba, ni a ella ni recordaba tampoco la apendicitis de mi amigo. La vi escasos segundos y Cristina casi me sacó a empujones.

Al verla ahora no reconocí a la chica de 16 ó 17 años que vi en aquella habitación de hospital y sí a la mujer que hacía escasos tres meses limpiaba unas oficinas. Entre una escena y la otra habían pasado cerca de 20 años.

Apenas hacía tres meses, y cuando ellos dos ya llevaban seis de prometidos, habíamos ido a casa de un cliente a tratar de convencerle de la bondad de una de nuestras propuestas. Era muy tarde, pasadas ya las doce de la noche, allí estábamos todos, en la sala de juntas discutiendo asuntos profesionales. Mientras tanto dos muchachas limpiaban a nuestro alrededor, batas grises, escobas, cubos y detergentes en la mano. Ellas se hablaban entre sí y uno de los empleados de aquella oficina que aún se encontraba por allá también les dirigió alguna palabra. Oí que una se llamaba o la llamaban Isabel, y la otra Juana.

Sin querer vertí el café encima de la mesa, parte cayó al suelo y un poco encima de mi pantalón y en un mal lugar, justo en medio de la bragueta. Nuestro cliente llamó a Isabel para que limpiara el estropicio. Se acercó una de aquellas dos muchachas con una bayeta, esa tal Isabel, y en un santiamén estuvo todo limpio. Me entregó también una toallita mojada con agua y con un poco de jabón para que yo mismo tratara de eliminar la mancha de café que había caído en un lugar tan delicado. Recuerdo que se hicieron un par de bromas inocentes y tontas a propósito de la situación, del lugar donde había caído, que tenía suerte que no quemara y de mi estampa ridícula fregando mi pantalón. Bromas que esa tal Isabel no secundó ni sonrió ni mucho menos respondió, solo me miró al darme la toallita y me siguió mirando mientras yo mismo me limpiaba algo embarazado y a la vista de todos, y me seguía mirando cuando se la devolví.

Nosotros continuamos trabajando un poco más. Ellas dos terminaron antes y se fueron. Más tarde, cuando acabó la reunión, al marcharnos, al salir a la calle y antes de llamar a un taxi, vi a una pareja al lado mismo del portal besándose con mucha entrega y entusiasmo.

Debimos de hacer ruido mis compañeros y yo, o nos hicimos notar por algo. Al pasar por su lado dejaron de besarse y nos miraron. Ella era esa Isabel que minutos antes me había entregado una toallita mojada con jabón para que limpiara mi entrepierna, y él era un hombre bastante joven, más joven que ella, muy alto y corpulento, rubio pálido y con un claro aspecto de eslavo.

Ésa era la anécdota sin importancia. No hubiera llegado a ser ni siquiera una anécdota si no fuera porque esa tal Isabel fue, tres meses más tarde, en la boda de mi amigo Daniel, Ángela.

¿Por qué se había cambiado el nombre?

Ese incidente había tenido lugar tres meses atrás, cuando apenas hacía cuatro que Daniel me había comunicado su futuro matrimonio con ella. Y según me contó él mismo, ya hacía seis que eran prometidos, así pues, desde el supuesto inicio del noviazgo hasta la boda habían pasado trece meses.


¿Debía contarle a David, el mismo día de su boda, que la había encontrado besándose con otro hombre en la calle?

dimarts, 2 d’agost del 2016

Ángela/16 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

16.       Daniel se compromete en matrimonio.

Mi amigo quedó estigmatizado en su ambiente social. Heredaba la fortuna de su esposa y eso siempre es feo, está mal visto. Es un hecho al que le falta dignidad heroica, es una riqueza burocratizada, sin mérito. Yo pienso que también es envidia, pero nadie puede penetrar en la mente de los demás.

Dos años más tarde Daniel se casó de nuevo. La nueva esposa se llamaba Ángela.

Sí, sí, era Ángela Martínez López y era la hija de su ama.

Él me llamó para cenar y darme la noticia y lo hizo como la cosa más natural del mundo y lleno de alegría. Me contó la historia de un reencuentro casual con ella hacía escasos meses y que a raíz de ello se habían ido frecuentando hasta terminar enamorados el uno del otro.

Me quedé boquiabierto, no daba crédito a lo que oía.

Todavía no sé por qué lo hice, no sé si fue un error o todo lo contrario, en aquel momento no lo pensé, pero no puede contenerme, estallé. El caso es que le pregunté directamente como si él mismo me lo hubiera contado, o como si yo dudara o estuviera confundido, o como si mezclara historias diferentes de personas distintas. Le dije: “Pero oye, Daniel, ¿en aquellos años que cuidaba a su madre, tu ama, vosotros dos no habíais sido ya amantes?

Se mantuvo unos instantes en silencio y mirándome fijo.

-¿Amantes?, ¿de dónde demonios sacas eso?, ¿estás loco?, ¿qué dices? -me espetó.

-No sé, creo recordar que me habías contado algo -le respondí. No estoy seguro -le dije mirándole a los ojos -pero juraría que sí, que me contaste que os veíais cada jueves por las tardes en la casa que compraste para su madre y donde ella también vivía.

Las pupilas de sus ojos se dilataron y su sonrisa le desapareció del rostro, que adquirió un tono más rosado.

-Fuiste tú mismo el que me lo contó, ¿no lo recuerdas?, -terminé por preguntarle con confianza y naturalidad impostada.

-No, amigo mío, no recuerdo nada de eso -respondió mirándome sereno y de una manera que no sabría describir. No puedo haberte contado algo que nunca ha sucedido.

-No me mires así, le dije. Debo de haberme equivocado.

Me seguía mirando igual.

-¿Sucede algo malo? -le pregunté. Ya te he pedido disculpas, me he confundido, soy tu amigo.

-Eso espero, me dijo manteniendo la mirada.

dilluns, 1 d’agost del 2016

Ángela/15 (Relato de verano en 20 capítulos y un epílogo)

Philip-Lorca diCorcia

15.       De cómo la curiosidad regresa.

Después de aquella novia que tuve, vino otra, al igual que ella también había sustituido a una anterior. Así que me olvidé de todo aquel asunto. Pensé sencillamente que mi amigo había tenido alguna clase de relación amorosa con esa muchacha, Ángela, y que por algún motivo que yo desconocía, pero que debía respetar, no había querido contármelo.

Así fue, hasta…

Hasta que los acontecimientos se precipitaron de una manera trágica, pero lenta, como si un alambique destilara gota a gota su rara esencia.

Dos años después de toda esta historia que acabo de relatar, y en la que yo no quedo muy bien parado como investigador eficiente y eficaz, Cristina falleció, murió asesinada en plena calle en una noche lluviosa. Según parece la atracaron al salir de un cajero automático. Una simple puñalada acabó con su vida pocos días antes de Navidad. Las cámaras de seguridad no grabaron con claridad al asesino, apenas se vio una sombra agarrando un bolso y asestando una puñalada. La policía sólo pudo intuir, me dijo, que seguramente aquella figura en sombras parecía femenina, de caderas anchas y de baja estatura. Nada más.

En aquel preciso momento, Daniel estaba con sus dos nuevos socios, trabajando en la oficina de la nueva empresa que habían abierto cuatro meses antes, Chet Asociados. Lo llamaron del hospital en plena reunión.

La policía abrió una investigación. Lo hizo por rutina, pero nada halló digno de ser tenido en cuenta.

Ya me había olvidado del automóvil que supuse le seguía, pero cuando asistí al funeral por la pobre Cristina me lo encontré en el aparcamiento, me acerqué y miré en su interior. No vi nada destacable. Desde el tanatorio nos dirigimos al cementerio en comitiva y allí lo vi de nuevo. Lo conducía un hombre y lo acompañaba una mujer, ambos parecían ser de la familia, al menos saludaban a Daniel y a los demás con naturalidad y afecto, como si fueran conocidos. En un aparte le pregunté quiénes eran y me respondió que eran unos primos de Cristina, y que él tenía una agencia de detectives. Recordé entonces algo que me contó Daniel de cuando tuvo su primer negocio, algo de un empleado que siempre presentaba la baja y al que investigaron por si hacía fraude. Le pregunté por ello y me respondió que así fue, que contrató a ese primo que lo siguió y consiguió demostrar que no mentía, que el pobre hombre estaba enfermo de verdad.

Daniel estaba tranquilo, pero quise acompañarlo durante todo el día y la ceremonia, ayudándole con la gente y la familia. Al llegar la noche nos quedamos solos en su casa, yo preparé algo de comida y a medio comer se puso a llorar desconsoladamente. Lo abracé. Cuando se calmó le pregunté, para distraerlo un poco, por ese detective, que si sabía historias o anécdotas, que siempre son entretenidas. Me dijo que no tenía ganas de hablar, pero que había vuelto a contratar sus servicios. ¿Para qué?, le pregunté. Y me respondió que en su nueva oficina había alguien que robaba lápices, y cosas así. Había empezado con tonterías sin demasiada importancia, pero que cada vez aumentaba el valor de lo robado y en un solo día habían desparecido dos portátiles y luego un móvil. Sospechaban de una de las chicas de la limpieza y me comentó que su primo, el detective, estaba colocando cámaras escondidas para atraparla.