"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dimecres, 5 d’abril del 2017

Fusco (1 de 6)



Fusco (1 de 6)

Cuando te licencias del ejército debes de incinerar a los últimos muertos en combate, lavarlos con tus propias manos y llevar la tea que ha de quemar su pira; es un servicio que los oficiales prestamos a nuestros soldados en gratitud por su servicio, entrega y obediencia. Es un símbolo que quiere escenificar sumisión y una promesa, que moriremos por ellos igual que lo han hecho por nosotros.

Siempre me han gustado los actos fúnebres, la pompa y las plañideras, ya sé que a estas liturgias las reviste el ritual que no necesita ser sincero, pero no debemos buscar en ellas la franqueza porque son otra cosa muy diferente, quizá la repetición y escenificación de algo que olvidamos fácilmente, un acompañamiento que terminará en abandono; la verdad, sin embargo, es esquiva y habita únicamente en los corazones de cada uno, en nuestros hígados y estómagos y en la punta de las espadas que matan o salvan.

Aprecio la demostración pública de afecto a pesar de ser hipócrita, me gusta rendir honores a quien se los merece y también a quien no, porque, en realidad, a quien honoramos es a nosotros mismos, los vivos, los muertos son un mero pretexto para compadecernos de nuestro futuro. A los dioses hay que servirlos aunque únicamente pueblen nuestros sueños y duermevelas, en ellos nos vemos igual que en los metales bruñidos, al revés, el ojo derecho es el izquierdo y viceversa, y queremos pensar, necesitamos creer, que en su mano, que no es derecha ni izquierda, está darnos, o no, un poco más de tiempo.

Así me he comportado, los he lavado y los he incinerado a todos, igual a mis soldados que a mis dioses porque no son unos menos que los otros. Al final de la ceremonia, con los llantos, los sermones y las brasas todavía ardiendo, hemos simulado unos juegos helenos y un banquete etrusco con nuestras esclavas, para acabar llorando borrachos como los griegos cuando se ponen melancólicos, procurando que el vino endulce nuestra tristeza y no convierta la alegría en un sin sentido.

Quizá por ello me he traído de regreso a Sexta, una prostituta que nos ha atendido bien durante toda la campaña asiática. Nos la hemos disputado seis, de ahí su nombre, sus más fieles y asiduos. Los dados que hemos echado sobre su túnica me la han entregado para que regrese conmigo, Marco Emilio Fusco, a casa.

Sexta es la tercera mujer que me ha visto llorar, antes sólo lo habían hecho mi madre y mi nodriza. A veces no puedo mirarla a los ojos, aparto la vista y aunque me muero evito el gemido y el grito, me trago el goce y el encanto.

Seguro que ella ha contemplado sollozar a muchos otros antes que a mí.

Fusco, me dice triste y compungida igual que si recitara una salmodia, a penas soy un fantasma que vive entre tus pesadillas y tus temores, en los sueños puedes matarme, hazlo, hunde tu espada en mi corazón, búscalo en mi vagina, ábrete paso a su través, rasga mi vientre para que salgan las heces por él como si fueran los hijos que nunca pariré, no te mancharán, soy un sueño, un deseo, carne macerada de jabalí. 

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