Fusco (5 de 6)
Los romanos vivimos de nuestros esclavos
mientras nos dedicamos al ocio, a robar a los demás y a matarnos entre
nosotros. Aníbal ahora lo tendría más fácil. Marco Porcio Catón siempre afirma
que los matrimonios de hoy en día se sustentan en los cuernos de los esposos
que como cervatillos se casan y como uros ibéricos se divorcian. Y Tito
Lucrecio Caro que ha visto “derramar la sangre de los ciudadanos para
aumentar sus riquezas, la avaricia doblando las fortunas, acumulando asesinato
sobre asesinato, la crueldad gozándose en los tristes funerales de un hermano,
los padres rechazar y huir de la mesa de los allegados” (De rerum Natura)
Los cerezos que Camilo Licinio Lúculo ha
traído de lejanos países son la admiración de muchos. Craso quiere conquistar la Mesopotamia y Julio
traspasar el Elba. Pompeyo cuenta que ha entrado en el Santa Sanctórum del
Templo de Jerusalén y que en aquella pobre habitación no ha visto ningún dios
ni a su estatua. Yo vivía de Sexta y de Prócula, las dos eran a su manera la
pequeña cámara que Pompeyo Magno visitó y que encontró vacía.
Cuando de joven estudié Historia y
Retórica, griego y latín, un viejo profesor que había ejercido de tribuno en
los primeros consulados de Mario, un hijo de Alejandría llamado Constantino y
al que gustaban los muchachos, me
insistía que vivimos en una ciudad que siempre se lleva a cuestas y de la que
no podemos escapar, que ella también es un raro jardín y una cárcel al mismo
tiempo, un pesado fardo, un coto cerrado, amurallado. Aunque los demás, decía,
son igual que tú, no te ven, nadie se reconoce a pesar de estar hechos todos
con la misma sustancia, los bárbaros y los esclavos igualmente y mucho más las
mujeres, los seres más parecidos a los hombres aunque estén constituidas al
revés que nosotros, el afuera está adentro y el adentro está afuera, para
entrar en ellas hay que salir y para salir hay que penetrar en ese recóndito
lugar, vacío y lleno.
No esperes ser el único, multitudes pueblan ese hades que también es, curiosamente, tu casa, el cielo entero, vivos y muertos lo habitan, reales o imaginados, con ellos deberás compartir tu anhelo de la mejor manera que sepas aunque para tu seguridad no cedas a tu mujer ni una lágrima, ni un lamento ni muchos menos ningún halago, no es ella la que yace contigo, es otra que no conoces ni tampoco conocerás, nadie te mira, nadie te ve excepto tú mismo.
No permitas pues que profanen tu templo, ese fantasma que arrastras desde el día en que tu madre te parió, tu deber será liberarlo de extraños y de mercaderes aunque tengas que usar el látigo, de ladrones y de mentirosos. Si quieres saber algo habrás de vivir solo aunque vivas acompañado. Piensa, concluía, que el daño del mundo es consecuencia de alguna clase de traición y de promesa no cumplida, de los tratos y de las infidelidades y lealtades rotas nace el rencor y la venganza. Cumple pues, y de buena gana, los compromisos, lava tus muertos y recoge con tus propias manos sus cenizas.
No esperes ser el único, multitudes pueblan ese hades que también es, curiosamente, tu casa, el cielo entero, vivos y muertos lo habitan, reales o imaginados, con ellos deberás compartir tu anhelo de la mejor manera que sepas aunque para tu seguridad no cedas a tu mujer ni una lágrima, ni un lamento ni muchos menos ningún halago, no es ella la que yace contigo, es otra que no conoces ni tampoco conocerás, nadie te mira, nadie te ve excepto tú mismo.
No permitas pues que profanen tu templo, ese fantasma que arrastras desde el día en que tu madre te parió, tu deber será liberarlo de extraños y de mercaderes aunque tengas que usar el látigo, de ladrones y de mentirosos. Si quieres saber algo habrás de vivir solo aunque vivas acompañado. Piensa, concluía, que el daño del mundo es consecuencia de alguna clase de traición y de promesa no cumplida, de los tratos y de las infidelidades y lealtades rotas nace el rencor y la venganza. Cumple pues, y de buena gana, los compromisos, lava tus muertos y recoge con tus propias manos sus cenizas.
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